Gonzalo Ramírez escribe sobre la obra completa de Maurizio Medo
Maurizio Medo: Cuando el destino dejó de ser una víspera
CUANDO LA POESÍA NOS PONE EN DIFICULTADES
CUANDO LA POESÍA NOS PONE EN DIFICULTADES
A la memoria luminosa de Enrique Bacci,
poeta, hermano
I
Dijo René Char para ayer, para
hoy y para siempre: Lo que viene al mundo
para no perturbar nada no merece ni consideración, ni miramientos, ni
paciencia. En un sentido muy genuino y, por eso mismo, en un sentido
conflictivamente contemporáneo, la poesía de Maurizio Medo (1965) es
inequívocamente perturbadora. En la relación de lectura que tengo con ella, me
ha interpelado: me ha movido la piso y de qué manera. Es por eso que el devenir
de la palabra poética de Medo, tal y como se nos aparece en Cuando el destino dejó de ser víspera (Poesía
reunida 2005-2015), merece toda la consideración, todos los miramientos, toda
la paciencia: no tengo la menor duda de que aquí nos encontramos con la poesía
en una de sus realizaciones mayores dentro del actual contexto hispanoamericano.
Igualmente, no tengo la menor
duda de que Cuando el destino dejó de ser
víspera es un libro clave, un
libro fundamental y decisivo para quienes leemos y escribimos poesía en este
lado del mundo.
Antes de entrar en materia, y
como inicio de este ejercicio de intervención quiero reconocer la deuda explícita que tengo con Jean Bollack en
estas páginas: con su portentoso libro sobre Paul Celan Poesía contra poesía y también con todo lo dicho por este auténtico
maestro en diversas entrevistas., Poesía
contra poesía es un libro que
subvierte radicalmente nuestros modos de leer poesía. Por eso mismo, he
procurado darle máxima visibilidad a la honda huella que Bollack ha dejado en
mí: lo hago a conciencia y sin atenerme a criterios de autoridad. Digámoslo
así: uno tiene el derecho de elegir libremente a sus amautas y Bollack es uno
de los que yo he elegido.
II
De entrada, quiero decir que no
pretendo explicar este extraordinario libro que es Cuando el destino dejó de ser víspera ni dar cuenta de su
intención. Eso queda descartado, o por lo menos no es algo sustantivo como
disparador del deseo que me lleva a escribir estas páginas. En serio, espero no
caer en las tentaciones explicativas, aunque nunca se sabe.
Lo que sí quiero o pretendo es
intervenir con la mayor libertad posible, y ojalá también que con el mayor
rigor, este libro porque me ha movido la admiración en este devenir de lectura
a través de sus páginas. Un devenir que ha estado marcado por eso que René Char
llamaba una inquietud preguntona.
En esta dinámica de intervención,
el espacio a intervenir tiene voz y voto. Creo que hay que evitar rigurosamente
un tentación tan arrogante como pretenciosa de una cierta y determinada manera
de ejercer la crítica cuyas practicantes y cuyos practicantes son legión. Tal tentación voy a enunciarla así basándome
en Jean Bollack: a la poesía se le hace hablar o entonces no habla. Se le hace
hablar, aclaro, desde el instrumental que yo manejo, haciéndole a entrar así
sea a golpes dentro de él. A mí eso me parece una auténtica monstruosidad, y lo
peor es que quienes la perpetran ignoran deliberadamente lo que hacen o, mejor
dicho, lo que deshacen; ejercen una tremenda violencia sobre la materia de la
que hablan sin que les importe. Dos versos del poeta sintetizan admirablemente
esta cuestión:
Poesía se está
callada, lejos, en una órbita
lejana al pago de alcabalas.
Y son muchas
las alcabalas e innumerables las alcabaleras y los alcabaleros.
Vuelvo al asunto de cómo me
planteo esta intervención ensayística. Sigo así: una dinámica de intervención
requiere una constante puesta en abismo de la propia materia crítica. Tal
puesta en abismo es condición de posibilidad de esta intervención ensayística.
Por eso mismo, las digresiones y los rodeos van a ser constantes a lo largo de
estas páginas.
Una puesta en abismo que parte de
una premisa: en materia de poesía nada puede darse por sentado. Quiero evitar,
o intento evitar, un error que se comete con demasiada frecuencia: la
pretensión de creer que sabemos qué es leer poesía. Quiero o pretendo desmarcarme
de tal pretensión. Como quien aprende a leer de otra manera, lejos de quienes
creen que lo saben todo y se las saben todas. Es un leer exponiéndose porque la
poesía de Maurizio Medo me interpela y me conmueve.
Se trata de abrir otro espacio de
diálogo desde la certeza lezamiana de que leyendo, somos leídos. Por allí va la
inflexión, las inflexiones, de la opción de lectura que pretendo materializar
en estas páginas. Una opción de lectura que, seguramente, no va a estar libre
de contradicciones y errores, cosa que pasa cuando uno entra a explorar un
territorio nuevo. Y territorio nuevo es la poesía de Medo.
III
Entrar a explorar un territorio
nuevo qué implica cuando hablamos de poesía: implica muchas cosas, ciertamente,
y primero que nada nos pone ante la tremenda exigencia de aprender a leer
nuevamente y de otra manera. Estar dispuesto o a dispuesta a aprender a leer es
un elemento de aproximación que cuenta mucho. Diría más: es un elemento de
aproximación ineludible. De ello se deriva otro valioso elemento de
aproximación: la gran poesía crea sus propias condiciones de lectura; creer que
es uno quien puede imponérselas es una falla en la que suele caer la mentalidad
académica: se trata, por supuesto, de un ejercicio bastante estéril.
Un territorio nuevo en poesía no
se conforma de la noche a la mañana. Este libro abarca una década de trabajo
poético sostenido, consistente, riguroso. No creo exagerar al decir lo
siguiente: la voz de Medo se ha convertido en una referencia sólida e
indiscutible dentro de Nuestra América. Por eso mismo, la aparición de Cuando el destino dejó de ser víspera es, en mi criterio, un
acontecimiento que debe ser celebrado por todo lo alto.
No aparecen libros de tan
importantes como éste todos los días: libros que nos plantean y replantean
preguntas tan fundantes y decisivas sobre este oficio y vicio absurdo que es la
poesía; libros que van a seguir acompañándonos en el tiempo por la potencia que
llevan dentro de sí; libros que nos señalan de manera inequívoca que la poesía
de este lado del mundo sigue pidiendo ser leída con la misma pasión con la que
ha sido escrita.
Claro: hay que leer por fuera, al
margen de las aduanas del conocimiento que tanto la academia como la
institución literaria establecen. En tales aduanas la pasión brilla por su
ausencia. Y quienes ejercen dentro de ellas tienen la vana pretensión de
domesticar a la poesía. En este preciso sentido, no tengo la menor vocación de
aduanero.
Tengo la plena certeza de que la
viva y espléndida praxis poética que está llevando a cabo Maurizio Medo se
desmarca radicalmente de estas aduanas del conocimiento: habla desde una intemperie
que estas desconocen y en la que nunca podrán entrar. Las aduanas del
conocimiento le huyen a la intemperie y, por eso mismo, pretenden que lo tienen
todo claro y en orden.
Desde allí, desde la intemperie,
Medo, como nuestras poetas y nuestros poetas más valiosos, viene dando una
pelea vital y textual en función de un replanteamiento del sentido y el
quehacer de la poesía de este lado del mundo en la presente hora. Un
replanteamiento, aclaro, del todo tentativo; un replanteamiento movedizo y
mudadizo porque, en fin de cuentas, la poesía nunca se queda quieta; es una
dinámica de inestabilidad. En diversos sentidos, la poesía nos pone en un estado
de transición permanente:
Este estado de transición
permanente es una radical experiencia del no saber. Y con toda su sensibilidad,
su conciencia y su memoria a cuestas, un poeta como Maurizio Medo oficia desde
tal experiencia.
Escribe Medo:
Nunca sabremos si desaparece la belleza.
Imaginemos
sólo por un instante que la belleza –no como categoría estática sino como
presencia viva- desapareciera. Nunca sabremos -y esto está más allá y más acá
de cualquier dimensión racionalmente discursiva- pero la posibilidad de su
desaparición existe y queda insinuada en este verso. Pero, por igual y de
manera tentativa, queda insinuado que puede no desaparecer. Por todo ello, este
nunca sabremos se vuelve, no hallo otra forma de decirlo, muy potente en su
verdad tan frágil, tan vulnerable, tan indefensa.
En esa
zona del no saber –pienso especialmente en San Juan de la Cruz en este momento-
la poesía tiene otras medidas. Es una zona donde se sondea y se bucea, con una
lucidez otra, descartando pretendidas seguridades. En muchos sentidos, quienes
vivieron y padecieron la experiencia mística nos siguen interpelando. Medo no es
un místico pero lleva en sí ésta interpelación: en su poesía está la honda
huella de las maestras y los maestros del no saber[2].
IV
Desde Proemio: imagos a Dime novel,
desde el punto de partida hasta el provisional punto de llegada, estamos ante
un singular proceso poético: la lectura de este libro se convierte a ratos en
un devenir Medo y a ratos en un devenir con y en Medo, un devenir dentro de una
visión del mundo nómada, transterrada. Tal devenir se nutre tanto de una
dinámica de afinidad como de una dinámica de diferencia. Espero explicar mejor
esto más adelante.
Lo importante es que ambas
dinámicas impulsan un devenir de lectura que está bajo el signo de la más
franca admiración; un devenir de lectura que me ha empujado a intentar
sacudirme de hábitos y rutinas adquiridas.
En realidad y en verdad, este
libro nos pone ante una poesía sobrecogedoramente lúcida, plena de memoria
histórica y cultural y, al mismo tiempo, plena de coraje en la medida de que es
también una inmersión en lo oscuro; estamos ante una poesía que se despliega
desde una subjetividad que ha conocido y padecido la experiencia de los
límites; una poesía capaz de llevar en sí su propio pathos y que, por eso
mismo, toma distancia contra los sucedáneos exhibicionistas.
Una cosa es que una experiencia
creadora tenga una fuerte impregnación patética y otra muy diferente dejarse
llevarse por el patetismo como forma de autocomplacencia. De tal forma de
autocomplacencia está a salvo la poesía de Medo porque la lucidez y la pasión
se convierten en los extremos constituyentes de una alianza del todo necesaria:
una alianza que le confiere a esta voz su específica hondura y su impresionante
poder de ahondamiento.
Una fuerte impregnación patética
he dicho. Al mismo tiempo hay en esta poesía una no menos fuerte impregnación
ética. Una ética sin condiciones, enteramente libre que no depende de premio y
castigo, de sanción y recompensa.
Reitero: una fuerte impregnación
ética y de ella se deriva un ejercicio de impugnación del sentido facilón y
banal de la poesía. Se trata de una lucha sin tregua contra las diversas
variantes de su trivialización. Una lucha que de pronto Medo enuncia así:
Ya no habrá un solo
pájaro en el poema
No habrá candor
Ausencia
de candor porque este es éticamente inadmisible. Es cierto que nos sigue
llamando la búsqueda de un país inocente como quería Ungaretti, pero tal
búsqueda descarta de entrada candideces extemporáneas y candores del todo
bobos.
Claro: esta lucha sin tregua
busca la constitución del sentido de la poesía apostando por la intensificación
máxima y por la radicalidad.
Valga la interrupción en este
momento, a propósito de esta asunto fundamental de la constitución del sentido:
es posible, como dice Bonnefoy, que la poesía no sea sino un llamado. Y aquí me
hago la misma pregunta del Maestro francés: ¿se trata de un llamado sin
privilegio, sin porvenir? En el caso de que sea así, en el caso de que carezca
de privilegio y porvenir, seguirá siendo un llamado necesario. De allí que el
proceso de constitución del sentido, esa lucha sin tregua, busca prolongar y,
en la medida de lo posible, multiplicar ese llamado necesario.
Ahora bien, lo importante es que
este proceso de constitución del sentido se realiza en el poema y no se
distingue de él. Aquí es necesario subrayar que Medo trabaja en función de
densificar las condiciones verbales de constitución del sentido: sentido no
como algo que se conoce de antemano; sentido que se intuye y se siente.
Entonces, densificar las condiciones verbales de constitución del sentido
implica un trabajar tanteando en lo oscuro, sin falsas seguridades.
Finalizando este fragmento, no
puedo dejar de consignar aquí una apreciación personal: de entre mis amigas y
mis amigos que practican el oficio mayor, Maurizio Medo es uno de los que me ha
permitido visualizar con mayor nitidez cuánto de gracia, cuánto de condena y
cuánto de fatalidad tiene la poesía
V
Cerca de Baudelaire desde mi
propia perspectiva: invoco aquello de confiar en un lector, o en una lectora, a
quien la poesía ponga en dificultades. Y vaya que Cuando el destino dejó de ser víspera nos pone en dificultades.
Uno no puede sino elogiar
calurosamente este ser puesto en dificultades. En muchos sentidos, funciona
como un oportunísimo y necesario antídoto: no se olvide que la atmósfera que
respiramos consagra tanto el facilismo como la insignificancia. Allí, en tal
atmósfera, la poesía no respira: se asfixia irremediablemente.
Si un libro de poesía como éste
logra ponernos en dificultades, se trata entonces de una experiencia de lectura
que vale la pena, que deja huella. Por eso mismo, exige un acto de recepción
tan apasionado como respetuoso con su espíritu y su letra, un atender con
esmero a las condiciones verbales de constitución del sentido, un oír la
poderosa interpelación que aquí se proyecta.
Es oportuno matizar: dije
poderosa interpelación pero en la misma medida en que pide ser atendida.
Tengamos presente que el sujeto que la porta se expone y, por tanto, es
vulnerable. Si confía en un lector o una lectora al que la poesía pone en
dificultades es porque él habla desde ellas: el camino que nos pide recorrer es
el mismo que el poeta ya ha recorrido. No hay engaño entonces. Por el
contrario, el engaño es propio de la poesía premasticada, la que busca halagar
al lector, y no hace otra cosa que irrespetarlo.
Ciertamente, la poesía, cuando
nos pone en dificultades como en este caso, se convierte en un camino hacia sí
misma; un camino que por momentos pareciera borrarse; un camino por el que hay
que ir paso a paso; un camino que vale la pena hacer.
Este estar dispuesto a que la
poesía de Maurizio Medo me ponga en dificultades ha sido mi apertura de base
para ir elaborando esta intervención ensayística. Cuando digo estar dispuesto
digo capacidad para exponerse.
Que la poesía nos ponga en
dificultades: he aquí un punto de partida que considero óptimo. Porque, la
verdad –y aquí, como en tantas cosas, sigo a Jean Bollack- nunca estamos
preparados realmente para leer a un gran poeta como Medo. Y esto es, en mi
criterio, un factor que aviva la pasión lectora.
Lo que me pone en dificultades
como lector de Maurizio Medo se me aparece como una fuerza y una energía
indomesticables e inclasificables que actúan para vivificar el oficio mayor. Si
no me pusiera en dificultades, no estaría escribiendo este ensayo. È vero
Lezama: sólo lo difícil es real y verdaderamente estimulante; sólo lo que nos
pone en dificultades modifica favorablemente nuestra propia experiencia de la
lengua, esto es, nuestra propia experiencia del mundo.
En muchos sentidos, la poesía,
cuando es digna del nombre de tal, implica un proceso de lectura con otra
lógica de sentido: uno aprende a leer de otra manera. Se trata de un arte de
leer despacio. Un libro como Cuando el
destino dejo de ser víspera no
puede sino leerse detenidamente, y se queda aguardando la relectura. Yo estoy
seguro que volveré, una y otra vez, a estas páginas que me conmueven y me
estremecen.
A propósito de este ponernos en
dificultades, y como para ampliar su onda de irradiación quiero retomar algo
que dice con lucidez Basilia Papatamastíu a propósito de la poesía del inmenso
poeta cubano Ángel Escobar: hay poesía que parece intransmisible e inabordable
en su diferencia, y qué bueno que sea así. La verdad es que nunca estamos
preparados del todo para recibir lo que es diferente: hace falta tiempo, un
tiempo que es inmedible.
No olvidemos que quien dice
diferencia dice conflicto, la diferencia es absolutamente antagónica con todo
lo que pacifica, y también dice herida. La herida Medo habla, me habla desde su
singularidad irreductible, desde su compleja diferencia peruana y latinoamericana.
Se trata de una diferencia ejemplarmente inestable y, por eso mismo, capaz de
hacerse cargo de todos los riesgos y capaz de ponerse siempre más allá de la
buena conciencia.
Y es también una diferencia que
se ha nutrido de otras diferencias, que dialoga fecundamente con ellas. Un buen
ejemplo está en el poema Escena 16:
Disrafia de Dime novel en el que
Medo construye una lúcida relación intertextual con el gran poeta
estadounidense Amiri Baraka. (De la presencia de la intertextualidad en esta
poesía hablaré más adelante.) Veamos cómo la diferencia Medo se apoya en la
diferencia Baraka para extremarse:
No somos ciudadanos,
amigo, parecemos un coro
fantasma de nigger
minstrels Aún más silencioso
que la nocturna
confesión de las hayas ¿Qué otra
cosa resta por hacer,
sino quedarnos?
Y eso no podemos,
salvo como una
eternidad que no
marca el horario
por despreciar el
tiempo
Somos el blues, hondo
y pasajero
o, como recitaba el
gran Baraka,
las actuales Guineas
No tenemos nada que
perder,
salvo los dientes,
cuando enfrentamos a
la muerte
para arrancarle el
corazón
de su viejo disfraz
de calavera
Una
diferencia que se afirma desde otra diferencia en medio de la fiera y desigual
batalla contra la muerte. Baraka, el afrodescendiente, se convierte en un
aliado sustancial para Medo que lleva en sí una aglomeración de identidades: en
Maurizio Medo conviven un italiano, un croata, un yugoeslavo, un judío, un
peruano.
En
especial, hay que subrayar el peso que tiene el mito del judío errante, como se
ha encargado de recordarlo el propio Medo, en Dime novel: un mito que el poeta lleva
en sí con toda su carga existencial, con toda su densidad imaginaria. Vale la
pena evocar aquellas palabras de Marina Tsvetaeva que Paul Celan hizo
enteramente suyas: Todos los poetas son
judíos.
Pero,
insisto, junto al rol protagónico de este judío errante, y no sólo en Dime novel, conviven otros en una
fecunda aglomeración de identidades. Entre las riquezas indiscutibles de la
poesía de Medo está la presencia de una multiplicidad psíquica que, en mi
criterio, le es constitutiva.
Tal
multiplicidad psíquica dispara, como bien lo decía Cortázar en Rayuela, una búsqueda de puntos de mira que excentraran
al mirador o a lo mirado. Yo reconozco la voz de Medo en esta búsqueda y son
incontables los momentos en que alcanza esta excentración tanto del mirador
como de lo mirado.
Vemos,
entonces, que su diferencia parte de solicitaciones diversas y de conflictos no
menos diversos. No es extraño entonces que pueda reconocerse en la otredad
radical que encarna Baraka.
Diferente es, entonces, la voz de
Medo. Cabe acotar que se trata además de una diferencia en proceso: una
diferencia en gestación que libro a libro se reinventa a sí misma; una
diferencia que hace suya, enteramente suya, desde otro tiempo y otro lugar,
aquella lúcida premisa de Charles Olson: la voluntad de cambio es lo inmutable.
Una diferencia que a través de sus poemas nos reconoce y en la que nos
reconocemos. Intenso y complejo reconocimiento es éste porque a través de él,
devenimos otros.
No sé si voy a contradecirme, y
si me contradigo ni modo, al pensar esta cuestión decisiva de la diferencia:
uno puede tener una relación de afinidad grande con un poeta. Pero hay un matiz
que quiero subrayar: mucho más que la separación, aquí disiento levemente con
el Maestro Bollack, hay que preservar celosamente la diferencia. Simplificando
al máximo: la diferencia Medo, la herida Medo, interpela e ilumina la
diferencia específica que cada una y cada uno somos como lectoras y lectoras,
pero no habla en nombre de, nos deja enteramente libres.
Necesito señalar algo más al
cerrar este fragmento: preservar celosamente la diferencia no es fácil. Ello
implica para mí no caer en una tentación que es demasiado usual para el
ejercicio crítico: me refiero a la tentación de determinar pretenciosamente los
contenidos de la experiencia poética de la que Medo es responsable. Si se cae
en esta tentación sucede algo que Bollack precisa muy bien: un bloqueo de la
lectura; un bloqueo además que se ignora a sí mismo en tanto que tal al creer
que está abriendo un horizonte de comprensión.
Es muy posible que a lo largo de
estas páginas, yo caiga en tal tentación, pero soy consciente de ella, y
trataré por todos los medios de evitarla. Ojalá lo logre.
VI
Quiero valerme de una certera
observación de Jean Bollack para darle continuidad a este discurrir: gracias a
la tremenda energía que la habita, la poesía de Medo nos pone ciertamente en
dificultades pero también obra para transmitirnos sus condiciones de
comprensión. En su problemática y fecunda tensión, esta poesía no sigue una línea
monológica sino dialógica, esto es, cuenta con el lector.
Una línea dialógica reitero.
Pienso en Celan: los poemas están en camino hacia algo, hacia alguien. Hacia un
tú audible, un tú cordial, un tú que puede llegar a ser fraterno. Hacia algo o
alguien abierto al que no se trata tanto de ocupar sino de habitar. Un tú que
tiene una relación viva y, por eso mismo, conflictiva con nuestra lengua. Un tú
del que hablo tentativamente porque no se deja definir, se resiste a ser
definido. Definir es cenizar como decía Lezama Lima. Un tú, entonces, cuya
realidad abierta trasciende cualquier definición.
Claro: Medo nos propone un diálogo
que es exigente, demandante. Por fuera de la cháchara en sus distintas
variantes, del bla bla bla que usa muchas máscaras y que pretende pasar por
poesía, el diálogo genuino –que no sólo es necesario sino insustituible- nos
convoca desde voces poéticas como la de Maurizio Medo; voces poéticas que no se
resignan a ese sometimiento por el que se nos fuerza a vivir de simplificaciones:
frente a tal sometimiento, la poesía, cuando es digna del nombre de tal, se
levanta como un gran No; vuelve y volverá a ser la insurrección solitaria como
quería Carlos Martínez Rivas.
Valga la reiteración: la poesía
de Medo nos pone en dificultades y en mi criterio eso demuestra su calidad, su
lucidez.
Lucidez que no busca el nombre
exacto de las cosas, sino que busca el nombre vivo, el nombre humano, demasiado
humano. Y ello ocurre dentro de una poesía que está indeleblemente marcada por
una específica situación o, si se prefiere, situacionalidad histórica. Es claro
que tal nombre vivo, humano, demasiado humano de las cosas, para que se nos sea
dado, hay que merecerlo: quien se pone por encima de la contienda, no lo
merece.
Y Maurizio Medo lo ha merecido
sobradamente en mi criterio. Entre otras cosas, porque aquí hay un sujeto que,
uniendo coraje y pericia, le está dando continuidad a una labor que el devenir
de nuestra poesía nos ha enseñado que es irrenunciable: avivar, diversificar,
salpimentar nuestro idioma en función de ampliar al máximo lo poéticamente
decible. Es una labor que es a la vez una real y verdadera lucha a brazo
partido. De tal lucha sale esta poesía de tan acusada singularidad.
Se trata de una lucha que se nos
presenta a lo largo de este libro de muy diversas maneras. Quiero ejemplificar
con un poema que me toca y que se halla en Proemio: Imagos:
MCMCVI
Quimera el amor bajo las sábanas
se confunden con sabanas
y las
palabras cada vez
más homónimas en
un espacio donde el lenguaje
es la
soledad
cuando amanece
y aún de
mediodía
Y solo a veces
un sol de claridad
Qué
intensa y qué conmovedora esta puesta en palabras en la que se conjugan la
experiencia amorosa y la experiencia poética: el desarrollo del poema parece
decirnos que tal conjugación, casi siempre, no nos da certeza, no nos sostiene,
no nos ampara. Cuán dura es la siguiente constatación y cuán verdadera: un espacio donde el lenguaje/ es la soledad. En tal espacio no se diferencian la
soledad esencial y la soledad a nivel del mundo, ambas se entremezclan. Sé que
Maurice Blanchot las diferenciaba, con argumentos muy sólidos, pero este poema
demuestra que existen excepciones, grandes excepciones.
Pero
por ese sol de claridad que aparece en el último verso vale la pena darlo todo.
Más allá de que sólo a veces nos ilumina, ese sol de claridad justifica la
vida.
VII
La crítica al uso, la buena y la
otra, persiste recurrentemente en un error confundir con ligereza la poesía con
la lírica. Es una generalización completamente abusiva y por demás anacrónica,
amén de insatisfactoria. Se habla, por ejemplo, de la lírica actual, como si no
hubiera pasado nada, y aún estuviéramos en el siglo XIX.
Aclaro que no reniego de la
lírica, no minimizo el peso histórico la tradición lírica: hay un poso de
lirismo que siempre está allí, e incluso hay poetas que escriben desde este
sentimiento del mundo. Pero ello no supone que la lírica sea omnipotente.
Valga el ejemplo que encarna la
voz de Medo. Más allá de que en su mundo y su modo esta poesía acarrea
sedimentos de lirismo, ella habla desde el afuera y allí la lírica –en tanto
que monopolizadora de la experiencia poética- no la tiene fácil y, por eso
mismo, no puede ejercer hegemonía. Hablamos de una voz que se inscribe dentro
de una concreta situacionalidad, dentro de un contexto histórico y poético
específico, donde la lírica ya no manda.
Quiero subrayar esto: la poesía
de Maurizio Medo se nos presenta como una experiencia que es innegablemente
histórica e inalienablemente contingente. A lo Machado, es palabra en el
tiempo. Y también puede decirse que en esta dimensión la poesía de Medo afinca
en la riquísima herencia de Vallejo y la renueva.
Desde el afuera, y por fuera de
las dominaciones y las creencias impuestas por el lírica, la poesía sigue
creando lugares de encuentro con otras experiencias humanas. El lugar de
encuentro que propicia la poesía de Maurizio Medo tiene como principio constituyente
una viva e intensa praxis del contra-decir. Se trata de algo que tiene una
estrecha semejanza con eso que Jean Bollack define, en el caso de Paul Celan,
como proceso de refección: darle la vuelta al lenguaje poético constituido,
contra-decirlo, y en la medida de lo posible, reestructurarlo. Por cierto, este
mismo proceso de refección lo llevó a cabo Vallejo en el ámbito de nuestra
lengua.
Valga la acotación: tan nefasta
como la sobredeterminación ideológica es la sobredeterminación lírica en
materia de poesía.
Aquí conviene tener presente una
cuestión decisiva: la poesía de Maurizio tiene un sentido contingente,
histórico; se trata de un sentido que se desmarca de simplificaciones, de
reduccionismos. No olvidemos también que las simplificaciones y los
reduccionismos están siempre al acecho: el lirismo suele ser presa fácil para
simplificaciones y reduccionismos.
Un poema como Nocturno me parece un notable ejemplo de
cómo ir más allá de la lírica, de cómo contradecir al lenguaje poético
secularmente constituido. Acotemos que Medo parte de una modalidad, el Nocturno, que tiene una tradición muy
ilustre dentro de la poesía lírica en nuestro idioma:
Las sombras se
alborotan al mirar la atrofia de la urbe
donde no existimos
en realidad
Gira la esfera
azul (oh tercero de los mundos)
Alrededor del fin
en lo que no acaba de culminar
De ahí los
lenguajes con rictus de terror
De ahí las manchas
de sed en plena garganta ecuatorial
Lo gris en lo gris
De ahí que amor
nos deja solos para rendir cuentas de sí
Y de ahí también
el hierro al rojo en el que ardes en fiebres
prendida desde los
vientos de tu sueño
Y en mitad de la
noche te tiendes hacia arriba volátil e intocable
Y en mitad de la
noche te tiendes hacia abajo calibrando
el logos en luchas intestinas
Yo callé al oír tu
voz en mi canción
Siempre vi en ti el
mar —no al tiempo —sonriente como el amor
No me preguntes cómo
dorar el corazón de rojo alquímico
Cómo percibir su
música operática dando una o varias veces la vuelta
Vamos, el cielo tiene
playas dónde quebrar esta falsa verdad.
¿Dónde sino el loco
Yeats adulteró la alegoría platónica?
¿Y Prufrock?
Es la misma costa
donde saltan las aguas sopladas por Lezama
y los rumores se
desconocen del origen
Vamos, Lu: no sabrás de otra eternidad
Es
clara, por supuesto, la presencia de sedimentos líricos en este poema. Pero su
centro de gravedad, el cañamazo de esta escritura, busca trascender el lirismo,
y lo trasciende, subrayo esto, dentro de un poema de amor.
Un
poema de amor que no quiere confirmar lo que ya sabemos sobre la experiencia
amorosa sino que se plantea como una indagación sobre el lugar del amor en la
experiencia subjetiva, en la constitución de una subjetividad, teniendo en
cuenta que en tanto que experiencia de lenguaje el amor apunta hacia una
dimensión que finalmente es supraindividual y también mediadora.
En este
poema, aquí tomó un enriquecedor préstamo del gran pensador español Manuel
Ballestero, la experiencia amorosa se proyecta como pluralidad pero retenida en
el flujo del tiempo. Y ello es así por la espléndida pauta rítmica con la que
Medo le dio vida a estas palabras.
Se
trata, entonces, en Medo de un más allá del lirismo: no lo niega, no lo
desconoce, pero está más allá y también más acá.
VIII
Ciertamente, lo digo con Jean
Bollack, estas páginas que estoy escribiendo tienen su historia, y llevan
consigo las huellas de esa historia, su peso existencial y afectivo.
A través del tiempo, Maurizio Medo
y yo hemos construido una amistad real y verdaderamente fraterna, forjada en
las coincidencias no menos que en las diferencias. Nos une la pasión por el
oficio mayor y la certeza de que pertenecemos en medio de los azares infinitos. Pienso, en este momento, en nuestro hermano
del Uruguay Enrique Bacci. En el proceso de escritura de este ensayo, la mala
nueva de su temprana y dolorosa desaparición física ha sido un manotazo duro,
un golpe helado, un carajazo que no esperábamos. Es el primero de nuestra
cofradía que se ha ido pero, ciertamente, permanece y permanecerá en medio de
nosotras y nosotros como un aliado sustancial, como un compañero del alma, como
una presencia acompañante que nos marca el camino de la fidelidad hacia la
poesía. Enrique es y será para siempre luminosa memoria, tan luminosa como su
sonrisa que no, nunca termina.
IX
Quiero darle la vuelta a un
planteamiento del gran pintor venezolano Jacobo Borges para situarlo en el aquí
y en el ahora y pensando en la poesía de Medo.
Lo digo así: nosotros tenemos los
mismos problemas de todas las poetas y todos los poetas de nuestro tiempo, pero
además seguimos cargando inevitablemente con este problema decisivo: ¿quiénes
somos nosotros? No se trata, aclaro, de una pregunta que remita a un
esencialismo que poco o nada significa, que poco o nada nos dice. La pregunta
planteada en el presente nos llama más bien a inquirir por los sentidos del
estar y por las razones del pertenecer.
¿Quiénes somos nosotros?; ¿dónde
estamos?; ¿cómo nos pertenecemos? Ciertamente, son preguntas tan abarcadoras
como abiertas; preguntas que se replantean permanentemente; preguntas en las
que suena y resuena un redoble de conciencia; preguntas que nos incluyen y, al
mismo tiempo, nos trascienden; preguntas en devenir y que recogen muchas de
nuestras demandas y expectativas; preguntas que sólo tienen respuestas del todo
tentativas o, mejor dicho, cuyas respuestas son otras preguntas formuladas
desde la entraña misma de cada subjetividad.
No dudo que cierta frivolidad
contemporánea, que ha usado y usa diversas máscaras, podrá considerar que son
preguntas anacrónicas. Es evidente que existen formas de la contemporaneidad
que son irremediablemente espurias e inanes y que pertenecen al dominio de la
insignificancia. Por el contrario, afincar real y verdaderamente en la
contemporaneidad, es el caso de Maurizio Medo, significa tener memoria, hacer
memoria: una memoria móvil, plena de
concreción sensible; una memoria lúcidamente selectiva, esto es, que sabe
desechar lo que ha de ser desechado; una memoria creadora y no reproductora;
una memoria que es muchas memorias y, en primer lugar, memoria de nuestra lengua;
una memoria en estado de alerta contra las sobredeterminaciones sean éstas
cuáles sean.
Vuelvo a las preguntas, a las
grandes preguntas: ¿quiénes somos nosotros?; ¿dónde estamos?; ¿cómo nos
pertenecemos? Son preguntas que plantean que la poesía es una práctica
responsable en tanto que palabra en el tiempo, en tanto que la poesía es el
territorio de la lengua que debe ser más celosamente preservado y
defendido.
Un territorio diverso claro está.
Ahora bien, si una de las propiedades constitutivas de la poesía es la
variabilidad, ello no la exime de responsabilidad, antes por el contrario
acentúa su condición de práctica responsable, más aún: la extrema.
Hay un poema a mi modo de ver
impresionante en Homeless que habla
desde el espacio de estas preguntas y lo hace conflictivamente. Voy a citarlo
in extenso con epígrafe incluido:
Si ya
desde entonces Lima nos parecía tan horrible a algunos de nosotros (...) era
porque en ella veíamos el rostro de un organismo enfermo y postrado que se
llamaba el Perú. Y esto por más que los viejos y graciosos afeites de una
ciudad cortesana, quisieran ocultárnoslo. Para los demás limeños de entonces,
Lima era, en cambio una ciudad civilizada, limpia y ordenada y hasta, para
alguno, aristocrática. Pero aristocracia como es hoy la minoría blanca,
anglosajona en Johannesburgo, en Sudáfrica, aún -hay que reconocerlo- sin la
violencia racista de los afrikaners.
JORGE EDUARDO EIELSON
No busco analizar qué
tipo de sangre tiene
Todas las sangres o
qué color la identidad
de un país ¿tiene
identidad un país? Reíste al oír
—En realidad los
peruanos somos como los huéspedes de aquí:
un skinhead, dos
nórdicos los turistas coreanos y otros,
no identificados,
llamados a secas provincianos
La bulla en forma de
algo revienta contra
toda
posibilidad de análisis
— Sí, es una antara
Pero lo sonoro proviene del escozor
de una gata en celo
(y puesta a punto
para robar el
neumático)
Y con la bulla
salpica la propolis bacteriana
de un eterno constipado ya libre de Españas
—¿Lima barroca por
horror, dijiste?
Su aura respira
mestiza entre telares paracas
y un vitró veneciano
Como pasada,
alucina de vueltas
con su albor
y besa la herida de
un dios judío
¿Horror por su raíz?
Ese tajo no tatúa:
hay hueso
Dijo bien Hinostroza:
No es lo mismo
un cholo calato que un desnudo griego
Ya
desde el mismo epígrafe del gran Eielson el poema entra en materia por fuera de
los reduccionismos de las esquemáticas y las sistemáticas.
La filosa interpelación de
Maurizio Medo se dirige hacia Lima. Es Lima la Horrible –la misma de Moro,
Salazar Bondy y Eielson- que ha extremado aún más su horror en el siglo XXI. En
el caso del poeta, es la ciudad oriunda que no genera pertenencia y, por eso
mismo, se convierte en malestar y en desesperanza que se extienden desde Lima
hacia el Perú.
A través de la trama expresiva de
este poema, el sentido en sí de esta interpelación se convierte en una
exploración tremendamente audaz y, por ello, de una singular pertinencia
crítica como corresponde a un poeta que camina su propia circunstancia por un
sendero divergente.
Tal interpelación no es hecha
desde afuera en esta poesía, esto es, no se formula programática y
literatosamente, sino que brota desde adentro, desde más adentro, o, mejor
dicho, el afuera se encuentra en la más cruda intimidad, en la más vulnerable
subjetividad. No en vano a lo largo del poema se involucran intensamente lo
discernible y lo confuso.
Ciertamente, se trata de un poema
de una dureza mineral en el que pensar y poetizar se conjugan de manera idónea.
Al leerlo y releerlo, me ha rondado persistentemente una certera observación de
Jean Bollack sobre Paul Celan: la poesía como lugar de memoria y como lugar de
combate. Lugar de memoria y lugar de combate que llevan la impronta de la
historicidad, haciendo visibles diversos índices epocales.
Y sigo con Bollack, desde Bollack:
la voz de Medo lleva consigo huellas que son manchas tal y como es
inmediatamente perceptible en este poema.
Huellas que son manchas en el
poeta Medo y también en el narrador Medo: un narrador que anda entre
apariciones y desapariciones a lo largo de estas páginas. Huellas que son
manchas dentro de una poesía que es poderosamente referencial. Y huellas que
son manchas en un sujeto que trabaja con extrema lucidez por fuera de la
transparencia del sentido: no tanto porque la parezca inasequible, a ratos el
sentido puede transparentarse, sino porque falsea nuestro estar en lo real. Huellas
que son manchas entonces, y a partir de ellas, lo digo con Bollack, un mundo se
constituye y va tomando forma. Huellas que son manchas: una experiencia
complejamente peruana y nuestroamericana habla y calla a través de ellas.
X
Mi historia como lector de la
poesía de Medo comenzó con Manicomio que
llegó a mí a través de unas manos amigas. Antes había leído poemas sueltos en
la web y ya sentía haber encontrado una voz distinta, una voz que me tocaba. La
lectura de Manicomio confirmó rotundamente esa impresión inicial.
¿Qué me atrajo tanto en Manicomio, que me conmovió y que me dio
a pensar este libro impar? En sus páginas yo encontraba una excentración y
extrapolación de lo poético, de lo que convencionalmente tomamos por tal, y no
era una tentativa fallida como pasaba con tantos libros que partían de una
ambición similar. Había un peso de experiencia vivida y padecida en Manicomio que encontraba en cada poema su encarnación formal. Tal
encarnación formal respondía, en primerísimo término, a un no estar en paz con
el lenguaje. La locura devenía hiperconciencia en el trance y en la traza del
libro y ello era del todo necesario para expresar el orden manicomial en todo
su horror.
Dicho de otra forma: se trataba
de ese insomnio de la conciencia, como decía Bataille, sin el cual no se puede
aspirar a la lucidez.
En Manicomio yo oía y sigo oyendo una voz que habla con el acento de
la verdad. Tal acento toca al lector, lo interpela, pero no lo alecciona. Hay
demasiada exposición en este libro, demasiada vulnerabilidad, y ello conlleva
un poner distancia radicalmente con cualquier forma de aleccionamiento.
El acento de la verdad dije un
poquito más arriba. Cierto que, como señalaba Ludovico Silva, la verdad de la
poesía es de otro orden. Hablamos, entonces, en el caso de este libro de una
verdad tan compleja como jodida y, a la vez, tan abierta como compartible. Ahora
bien, se necesita un paladar fuerte para atravesar estas páginas escritas con
sumo dolor.
Un poema como El mandril, la locura y la muerte ejemplifica la fuerza de Manicomio, una fuerza que tiene mucho de
imprecación:
Mandril, ¿puede una
madre ser cobijo
si ve a sus hijos
endurecer como el sílice?
Mira, a la Quispe.
¿Es locura llamar
Tulio al peluche
que acuna vidriando
los ojos?
¿Es el amor anomalía,
perversión
o amor, solamente?´
El del 28 levanta su
dedo grande en el aire,
llora su mano, ¿baba
o espuma?, sobre
un papel más duro que
la roca.´
Si te dijera: mono
estás muerto
¿Me arrastrarías
hacia el cuarto del Relámpago?
Dame agua, el
psicotrópico mis labios reseca.
¿Los mojarás con hiel hasta que los verbos
mueran?
¿No soy una lombriz
para tus ojos?
¿Lombrices que reptan
sin razón, no somos?
Sí, la Brivio se ha
exaltado.
Esas tabletas son el
maná del báratro, mas,
así y todo, puedo
tomar el té del Sombrerero,
quien dio a Hölderlin
su chistera de alabastro.
Shhhh, tiene ahí a tu
dios acuchillado
—ni que te vea — el
pecado es fruto amargo
de la más dulce
razón.
Ey, Méndez, ven aquí
por Adonai.
¿Por qué sangra
Francesca,
por qué yace gimiente
sobre el catre
gritando: no, no, no?
Perro maldito.
Creo que es inmediatamente
perceptible la dureza mineral de este poema. Tal dureza mineral logra una
conexión viva entre lo íntimo y lo común. El tumor de la conciencia y la
irritada lepra sensitiva que nos transmiten estos versos son una forma de estar
en lo real, una forma ciertamente extrema, extremada.
Releyendo este poema, e
igualmente durante el proceso de relectura de Manicomio, no he dejado de pensar en estas palabras de Artaud que
me marcaron desde siempre: Tengo para
curarme del juicio de los otros, toda la distancia que me separa de mí. Precisamente, la voz de Medo habla desde esa
distancia artaudiana, desde esa separación que precisara y verificara en sí el
gran desollado: separación no con el yo, sino con sus trampas, sus imposturas y
sus mentiras. Por eso mismo, también no he dejado de pensar en algo que dice mi
amigo el poeta venezolano Armando Rojas Guardia: la locura es todo lo contrario
a un refugio, y sólo es creadora cuando deviene intemperie.
Tal devenir intemperie nos
plantea inmediatamente una pregunta: cómo devenir intemperie de verdad. Para
ello no hay caminos, a lo más trochas, picas, sendas que no van a ninguna
parte. En buena medida el poeta se convierte en un zapador y su avance es
lento, difícil y angustioso. No es cualquier zapador: es uno que no sabe si
alguna vez saldrá a la llanura.
XI
Más arriba hablé de poesía
perturbadora. Por eso mismo, poesía viva. Poesía que se deslinda radicalmente
de la autocomplacencia y logra encarnar todos los riesgos. Por eso mismo, este
ejercicio de admiración, no otra cosa son estas páginas, se me ha impuesto por
sí mismo.
A propósito: no perturba quien
quiere sino quien puede. Y ese poder de perturbar está en relación directa, lo
digo a la manera de Manuel Ballesteros, con una irrevocable capacidad de
incursión peligrosa, y más aún, de colapso: se trata de una cosa extremadamente
jodida porque implica estar a la intemperie y desde allí trabajar para que
hablen tanto el sentido como el sinsentido. Trabajar reitero: yo diría que
Maurizio Medo pertenece al linaje de los horribles trabajadores y las horribles
trabajadoras que avizorara Rimbaud y en quienes el muchachito de Charleville
ponía toda su fe.
Ciertamente, para ejercer el
poder de perturbar, el sujeto poético tiene que haber sido perturbado hasta el
fondo, y eso tiene que sentirse en la palabra poética.
Palabra perturbada la de Maurizio
Medo y que, por eso mismo, perturba, nos perturba a fondo. Unas veces nos
conmueve, otras nos conmociona, nunca nos deja indiferentes. En realidad y en
verdad, perturbación implica intensidad. Una intensidad que pone en juego, y
vaya a qué costo, una fuerza de creación, recordemos a Lezama Lima, que se
contrapone a la fuerza de destrucción que crece y avanza por todas partes.
Y perturbación también implica
que en poesía nadie hace lo que quiere, sino lo que puede, luchando a brazo
partido con el lenguaje.
No perturba quien quiere sino
quien puede. Y para ello hace falta el estremecimiento interno que encarna la
poesía de Medo. Leyendo Cuando el destino
dejó de ser víspera, como lo ha dicho Basilia Papatamastíu de Ángel
Escobar, uno puede advertir una dinámica de desarticulación de la habitual
correspondencia entre el sujeto y sus acciones, los tiempos y los espacios, el
adentro y el afuera, el sí y el no. Y creo necesario enfatizar algo: la poesía
de Medo es fiel, enteramente fiel, a esta dinámica de desarticulación.
Si esta poesía lleva en sí una
manifiesta intención experimental, mejor dicho, exploratoria, y me sigo
valiendo aquí de la lucidez de Basilia Papatamastíu, ello obedece a una imperiosa
necesidad, a una pulsión subjetiva que busca maximizar la intensidad de la
palabra: es el intento de llevarla hacia el enigmático punto cero, más allá de
si se puede alcanzar o no, en el que tanto insistió el inmenso José Ángel
Valente.
Por cierto, de Valente aprendimos
aquello de seguir el vuelo de los grandes y de las grandes, o morir. En mi
criterio, Maurizio Medo es un seguidor, un genuino seguidor.
Recapitulando sobre lo dicho en
el párrafo anterior, quiero señalar lo siguiente: es inmensa la labor de
resemantización que Medo lleva a cabo. En este punto, creo que es ineludible
llamar la atención sobre la profunda huella Medusario
en Maurizio. Del peso que ha tenido este libro quiero ahondar más
adelante, en cuanto a la exigente y apasionada labor de resemantización, de transformación
de nuestra lengua.
Quienes estamos situadas y
situados a conciencia en la posteridad de Medusario,
y Maurizio Medo es una de las voces más singulares dentro de tal posteridad, hemos
sentido el desafío de no quedarnos a medias, de allí que la labor de
resemantización se nos impone como una necesidad, más allá de que fracasemos o
no en el intento. Y a fe mía que un poeta como Medo demuestra la plena validez
de este enorme desafío.
Tal labor de resemantización, en
nuestro tiempo, rechaza cualquier forma de pose. Es una labor tan ardua como
paciente. La poesía no ha renunciado al arte innovar aquí y ahora, pero no hay
retorno posible al culto vanguardista por la originalidad.
Bastante lejos estamos ya del
pequeño dios huidobriano, más allá de los sedicentes esfuerzos por resucitarlo
con otras máscaras y sin la fuerza expresiva del gran Vicente. Incluso la misma
noción de autoría ha quedado rebasada. La lealtad al oficio mayor reside hoy,
para quien lo ejerce sin pose, más bien en la conciencia de ser un performador
o una performadora. Tal performatividad tiene en Medo a un practicante de
excepción, capaz de renovar la apuesta sin condiciones por la poesía. Desde
siempre hemos sabido, con Pascal, que el verdadero caballero apuesta a perder.
XII
Hay unas palabras del ensayista
español Jorge Rodríguez Padrón que suscribo enteramente porque precisan muy
bien lo que acontece a la hora de leer poesía, a la hora de recorrer un territorio
poético, a la hora de ser leídos por la palabra de un gran poeta: Vamos (vagamos) hacia donde nos oímos de
otra manera.
Ciertamente, yo me oigo de otra
manera en y a través de la voz de Maurizio Medo. En el ir y en el vagar por los
caminos, por las sendas y por las trochas de este extraordinario libro que es Cuando el destino dejó de ser víspera
tal audición en que me reconozco otro ha sido, en muchos sentidos, un reto y un
desafío: no se puede entrar a estas páginas impunemente porque aquí encontramos
a un sujeto que se la ha jugado sin trampas, de verdad verdad, a todo riesgo,
sin la menor complacencia, sin la menor autosatisfacción.
En el ir y en el vagar por este
territorio Medo donde me oigo de otra manera, me han pasado cosas. Cosas pasan,
sí, por ejemplo: un replanteamiento del sentido de la poesía que se está
escribiendo en la Patria Grande.
Un replanteamiento que no se
queda, como suele suceder, en una mera ambición declarativa, en una pretenciosa
declaración de intenciones: un replanteamiento que Medo ha venido realizando
palabra a palabra y que no es un proceso concluso. Se trata, entonces, de un
replanteamiento en devenir, pero que ya es una dimensión alcanzada. En muchos
sentidos, Maurizio Medo es uno de los poetas que en nuestra lengua y desde esta
orilla, encarna el proceso de imaginar lo nuevo. Un proceso que nunca concluye,
al que necesariamente hay que darle continuidad. Tal continuidad cuaja en la
poesía de Medo de una manera personalísima, única.
Y esta continuidad, implica un
enorme grado de obstinación en medio de la incertidumbre.
Tal y como lo dice el mismo Medo:
Pero algo nos obliga eternamente a recomenzar
Algo
imprecisable pero que obliga. Como si ese algo nos impusiera una tarea, como si
ese algo convirtiera a la vida en tarea.
Reitero: vamos (vagamos) en la
voz de Medo hacia donde nos oímos de otra manera.
Vamos (vagamos) a través de un
decir que suele ser expansivo, sin perder tensión, aunque Medo también ensaya
admirablemente la cortedad del decir. Expansión del decir, cortedad del decir:
un decir más con más y un decir más con menos.
En el tremendo combate verbal que
acontece y nos lee en estas páginas, en la puesta en palabras inequívocamente
conflictiva de cada poema y de cada libro en Cuando el destino dejó de ser víspera, nos interpela el presente,
la actualidad en desplazamiento, pero también nos interpela la futuridad. La
voz de Medo pertenece al salto, como quería Char, y no al festín, su epílogo.
XIII
Haciéndome eco de un añejo y
precioso ensayo del Maestro José Lezama Lima quiero decir lo siguiente: nadie
atraviesa impunemente la calle Rimbaud. Hay que conservar el terreno ganado tal
y como lo hace un poeta como Maurizio Medo. No hay retroceso posible.
Pretender que se avanza a través
de invariantes es una mentira del todo burda y del todo idiota. Y como bien
dice el poeta argentino Jorge Alejandro Boccanera: No es que la poesía mienta, es que los mentirosos quieren hacer poesía.
Cuando los mentirosos quieren
hacer poesía suelen adscribirse a una suerte de adocenamiento comunicativo para
justificar su chatura expresiva, su incurable banalidad. El diálogo genuino es
otra cosa y se genera en otras condiciones.
Ciertamente, la comunicación es
una cuestión que siempre hay que problematizar en materia poética. Insisto, por
eso, en la premisa del diálogo genuino que, de entrada, descarta el diálogo
fácil. Aquí vale la pena traer a cuento y tener en cuenta aquel contundente
aserto de Carlos Barral: poesía no es comunicación. Ciertamente, como bien
decía Barral, la comunicación en poesía, si se la toma una suerte de obligante
a priori: no pasa de ser un fantasma teórico. Todas y todos sabemos, además,
que el término comunicación está de suyo políticamente entrampado desde hace
demasiados años, y en sus dominios siempre está al acecho la razón
instrumental.
De paso, cada vez que se ha
esgrimido el término comunicación como una especie de bandera poética, se ha
caído en un impasse, se ha entrado de lleno en una dinámica regresiva. El
planteamiento de Barral, que es de la década del cincuenta del pasado siglo,
mantiene plena vigencia: la poesía no es comunicación, es conocimiento. Otra
cosa es que la poesía sea conocimiento emocional de la realidad y, por tanto,
conocimiento transmisible, compartible.
Quiero reiterarlo una vez más: no
hay forma de avanzar a través de invariantes. Y ello no va en desmedro del
hecho de que la poesía es la memoria de la lengua. Memoria viva y activa,
generadora de aperturas, propiciadora de innovación.
Vale decir: Medo afinca en el
presente pero se desmarca de la novelería, de la moda. En este punto decisivo
su poesía es un gesto radical: una radicalidad que nos reta como lectoras y
lectores. Capta plenamente eso que el Maestro Noé Jitrik llama la vibración del
presente, haciendo un uso creativo de la memoria: memoria de la lengua, esto
es, memoria histórica o, mejor dicho, memoria plena de historicidad. Y todo
ello desde un flujo subjetivo que ha ido ganando la más sólida consistencia.
Cómo ha elaborado Medo tal flujo
subjetivo. Pienso ahora en unas palabras de Lezama Lima que siento muy próximas
al hacer de nuestro poeta: Es un trabajo
también sobre la materia que no fija su último deseo. Y no fija, no puede
fijar su último deseo, porque ello equivaldría a cancelar o desconocer todo
aquello que la poesía tiene de riesgo, de aventura, de jugársela en condiciones
de indeterminación.
En el caso de Maurizio Medo, la
manera o, mejor dicho, las maneras de concebir y realizar el poema tienen como
punta de partida una experiencia específica e intransferible de lo
indeterminado. Se trata del tipo de cosas que generan una diferencia abismal entre
la poesía y la literatura. Por eso mismo, también difieren abismalmente los
modos de aprehensión y apropiación de la poesía y la literatura.
Valga esta nueva y necesaria
digresión. Como bien lo señalaba mi Maestro Saúl Yurkiévich, la exégesis
poética es otro cantar. Se trata de oír y captar el acento de una voz, de la
voz de Medo en mi caso: el acento que la aproxima y, a la vez, la diferencia de
otras voces. Pasa con demasiada frecuencia, y aquí vuelvo a Bollack, que la
crítica al uso no escoge los modos de aproximación adecuados. Y pasa, por
supuesto, que la poesía no entra por el aro y mucho menos cuando quieren
meterla a la fuerza. La poesía no soporta que le hagan violencia.
Retomo la cuestión del flujo
subjetivo en Maurizio Medo. A partir de mi posicionamiento como lector y desde
mi propia experiencia, puedo identificarme o no con este flujo subjetivo. Y
aquí quiero subrayar que lo importante no es tanto la identificación o la
desidentificación que suscita sino la potencia con la que se proyecta en su
devenir libro a libro. Tal potencia nunca me ha dejado indiferente a lo largo
de la lectura de Cuando el destino dejó
de ser víspera. No es poca cosa.
Pienso que la potencia de este
flujo subjetivo diferencia notablemente la voz de Maurizio Medo dentro del
contexto actual de la poesía del Perú y, más aún, de la poesía de la Patria
Grande.
XIV
Estamos ante una poesía
construida sobre la base de la intertextualidad. Pero no de cualquier
intertextualidad sino de una de amplio espectro y que demuestra una notable
asimilación de lo leído y una no menos notable capacidad de incorporarlo como
impulso a la propia voz. En este sentido, quiero reiterar algo que dije un poco
más arriba para ampliarlo un poco más: Maurizio Medo es un magnífico
performador, un artífice de la performatividad.
Ciertamente, aquello que Mijail
Bajtin definió como dialogismo y luego Julia Kristeva redefinió, a partir del
mismo Bajtin, como intertextualidad, en no pocas ocasiones obedece a una
especie de prurito exhibicionista, y no pasa de allí. Es claro que hay mucha
intertextualidad de segunda mano, comprobadamente facilona, sin gracia, sin
hondura; hay mucha práctica de la intertextualidad que se deduce de una memoria
reproductora. Por el contrario, en la poesía Medo es constatable la presencia
de una memoria creadora, plena de eso que los antiguos llamaban dynamis; una
memoria muy potente.
Cuando se practica la
intertextualidad como lo hace Maurizio Medo, ésta, la intertextualidad, deja de
ser un problema –como lo es aún para cierta anquilosada visión académica. Todo
lo contrario: la intertextualidad, lo digo con Julieta Campos, se convierte en
un factor fundamental para darle mayor riqueza a la palabra poética y la abre a
un horizonte dialógico mucho más abierto y más amplio. La práctica intertextual
ya no es problema a resolver: se convierte en posibilidad, en infinita
posibilidad.
Este es uno de esos casos en que
la intertextualidad demuestra ser fecunda porque no obedece a servilismos
imitativos. En Medo la intertextualidad responde a la más genuina necesidad
expresiva.
Claro: tal ejercicio tan lúcido y
fecundo de la intertextualidad, permite afirmar que la palabra poética de Medo
que tiene un enorme grado de autoconciencia. Enorme grado, reitero, porque, en
mi criterio, no hay autoconciencia absoluta en materia poética.
La práctica creadora e
imaginativa de la intertextualidad en Maurizio Medo inserta a su poesía en un
campo poético, cultural y político muy amplio, de muy vasto alcance, de una,
cómo decirlo, fascinante pluralidad. Un mundo poético, es el caso de Maurizio,
se va configurando también a través de sus referencias: referencias que le dan
impulso y empuje a una voz.
Por cierto, aquí quiero
permitirme disentir con mi admirada Alicia Genovese: no estoy tan seguro de que
a medida que la propia subjetividad se
abre paso, las influencias se invisibilizan, pasan a un segundo plano, y ya no
importan. Tengo para mí que la huella de lo que leemos con pasión, y nos
influencia de muchos modos, sigue allí, y precisamente la práctica intertextual
es una forma para que la propia subjetividad se abra paso.
Valga el siguiente ejemplo puede
que digresivo: Gonzalo Rojas ya era un poeta con una trayectoria señera cuando
se encontró con la obra de Paul Celan, y nunca dejó de señalar cuánto lo
influenció Celan cuando ya el poeta chileno había arribado a eso que llaman
madurez. En el caso de Rojas, la influencia de Celan no pasó un segundo plano,
y vaya que importa, por señalar un hito, a partir de un libro como El alumbrado.
Pero volvamos nuevamente a la
fecunda práctica intertextual que se visibiliza en la poesía de Maurizio Medo.
Un buen ejemplo de cómo funciona
la intertextualidad en Medo está en el texto Escena 36: Ciertos árboles de Dime
novel. Aclaro que es un ejemplo entre muchos, y lo selecciono por su
admirable decantación verbal:
Esa vez los
árboles trataron de contármelo
Recordé a Ashbery
“Somos su simple
estar ahí”
Contentos por no
tener
que reinventarnos
No quiero dejar de apuntar
también que la modalidad poética de Medo se abre también a una dimensión
hipertextual. En esto somos hijas e hijos de nuestro tiempo y el ciberespacio
ha dejado una huella indeleble en nosotras y nosotros.
XV
Quiero poner sobre el tapete un
tema que ha sido motivo de conversación entre Maurizio Medo y este servidor. Y
lo hago de esta manera, formulando una pregunta: ¿qué ha pasado con nuestra
generación en la Patria Grande, esto es, con quienes nacimos entre 1960 y 1970?
Según Maurizio, y creo recordar bien su argumentación, nuestra generación no ha
producido obras de una solidez indiscutible, y eso debería obligarnos a generar
una discusión tan abierta como rigurosa.
Muchas cosas se pueden aducir con
respecto a este tema que abre un horizonte polémico. En mi criterio, nos marcó
la infame década del 80 del siglo pasado: década infame que estuvo marcada por
el auge de la devastadora lógica neoliberal que trajo como consecuencia una
lamentable balcanización cultural de la Patria Grande.
En los ochenta ocurrió un apagón
del que apenas hemos comenzamos a salir, del que apenas hemos comenzado a
recuperarnos. Todavía esa realidad histórica que llamé balcanización cultural tiene
un espesor histórico-concreto enorme, difícil de superar, más allá de que a
través la web, y específicamente las redes sociales, hemos ido abriendo
brechas. Valga el ejemplo puntual extraído de mi relación afectiva con el
poeta: mi primer contacto personal con Maurizio fue a través de Facebook.
Nuestro balance generacional deja
mucho que desear y ponerse a buscar justificaciones sería mentirnos. Puede ser
también que no nos hemos tomado la
poesía con la pasión y, más aún, con la devoción que ella pide; con el rigor y
la humildad que deberían serle consustanciales.
Ahora bien, yo me hallo bastante
de acuerdo con el punto de vista de Maurizio, pero creo que convendría matizar.
Existen cierto número de excepciones y una de ellas es la poesía de Maurizio
Medo, una excepción de veras notable, de veras admirable. Sé que seguramente Medo
refunfuñaría y me refutaría, pero de verdad que pienso que Cuando el destino dejo de ser víspera pasa sobradamente la prueba de la lectura más exigente y más
rigurosa. Esto requiere de una explicación más detenida: para allá voy.
Puede que esté pecando de
exagerado y nuevamente voy a matizar. Pongámosle, valga el mexicanismo, que
todavía este libro no señale ya hacia esa dimensión plenamente alcanzada que es
una obra, pero estoy seguro, absolutamente seguro, que es un camino cierto
hacia ella. Dicho de otra forma: Cuando
el destino dejó de ser víspera reafirma
la importancia decisiva del trabajo poético de Maurizio Medo. En el fondo, creo
que es una cuestión secundaria si ya podemos hablar o no de obra en este caso.
En cambio, es una cuestión principalísima destacar todo lo que aportan estas
páginas.
Dentro de nuestra generación, y
me valgo aquí de unas certeras palabras del Maestro Eduardo Milán, Maurizio
Medo ha alcanzado una altura de difícil emulación. Y tal altura se conjuga,
vallejianamente hablando, con una intensidad que no es nada frecuente. Es por
eso que a lo largo de la lectura de Cuando
el destino dejó de ser víspera fue reafirmándose en mí la certeza de estar
oyendo la voz de un gran poeta. Y la voz de Maurizio me ha permitido oírme de
otra manera. Pasa que cuando uno lee un libro de tan desusada calidad como
éste, leyendo somos en realidad y en verdad leídos.
Yo no sé si este sea un libro representativo,
en realidad no me importa si lo es o no lo es, y recuerdo en este momento la
filosa ironía de Guillermo Sucre con este término. Ciertamente, toda
representatividad es, por decir lo menos, sospechosa, más allá de esa
inclinación, igualmente sospechosa, que sentimos hacia todo lo que lleva el
sello de lo representativo. Creo que hay libros como éste que, desde su propia
intensidad, nos confrontan abiertamente: replantean y problematizan nuestra
relación con la poesía y, por tanto, se desmarcan radicalmente de la tentación
de la representatividad. Por eso mismo, estamos ante una poesía que, en mi
criterio, va a resistir cualquier tentativa de canonización.
Todas y todos sabemos que la
institución literaria y la academia, salvo contadísimas excepciones, operan
bajo las mismas premisas canonizadoras. La institución literaria y la academia
tienen una tendencia funesta hacia los dominios de la representatividad por
razones de pereza mental y comodidad intelectual. Hoy por hoy, creo que lo más
valioso de nuestra expresión está en aquellas voces que no entran por el aro de
esta lógica domesticadora.
Son voces que encarnan, y aquí
retomo algo a lo que ya me referí, su propia diferencia, y que no ceden ante el
vetusto chantaje de la universalidad. Sabido es que la institución literaria y la
academia apuntalan tal chantaje. Hago la salvedad de que dentro de la academia
hay quienes toman distancia frente a esta imposición bastante autoritaria de lo
universal. No abundan ciertamente, pero, de una u otra manera, dan la pelea a
favor de otros modos de leer.
Sí, ya lo sé: la institución
literaria y la academia –entendiendo por academia eso que Lezama Lima llamaba
el bachillerismo internacional- son capaces de instrumentalizar cualquier cosa,
pero confío en que la voz de Medo, una voz contundentemente refractaria, no va
a dejarse atrapar; que va a continuar desmarcándose de las dinámicas de
canonización al uso que, en realidad y en verdad, no acompañan a las voces que
están revitalizando a nuestra poesía sino que pretenden instrumentalizarlas de
acuerdo con sus inconfesados fines. Hablo de una deleznable voluntad de saber,
vacía o ayuna de toda promesa, que no responde sino a una no menos deleznable
acumulación de capital curricular, carente del espíritu crítico y creativo
necesario para acompañar el devenir de nuestra poesía y sus instancias más
genuinas y fecundas.
Una deleznable voluntad de saber
que es marcadamente autoritaria y, por eso mismo, suele partir de una premisa
aterradora que ya apuntaba páginas atrás: a la poesía se le hace hablar o
entonces no habla. Afortunadamente, así lo creo, la poesía no se deja, y se
lleva muy mal que los regímenes discursivos que pretenden imponerle sus
lecturas.
Ciertamente, para quienes quieren
pensar y acompañar a la poesía de otra manera, la batalla parece estar perdida
de antemano, pero uno no se da por vencido frente a tantos intereses
deleznables y tantas costumbres que son francamente inanes; uno no se da por
vencido porque la presencia de voces como la de Medo nos permiten resistir.
XVI
En esta hora de nuestra poesía,
la variable Medo nos plantea una sacudida de veras necesaria. Es, lo digo y lo
afirmo, uno de los códigos más radicales con los que contamos para seguir
reafirmando la validez del oficio mayor. Una voz como la de Maurizio ilumina
eso que Jorge Rodríguez Padrón llama un principio radicalmente poético y
nuestro. Nuestro repito: de quienes hoy leemos y escribimos desde este lado del
mundo, desde Nuestra América.
Para decirlo con el verbo
evangélico desde Lezama: seguimos llevando un tesoro en un vaso de barro. Y nos
toca ejercer la tremenda responsabilidad de ser sus custodios y sus custodias.
Principio radicalmente poético y
nuestroamericano reitero nuevamente: no es en vano, entonces, como quería el
entrañable Walter Benjamin, que hemos sido esperados aquí. Y pienso ahora en una cuestión planteada por
Blanchot para darle un giro: cuando aparece una voz distintiva, como la de Medo,
ella expresa un sujeto que es el último pero también el primero en hablar.
El último y el primero en hablar.
Ciertamente, todas y todas somos poetas de transición pero ello no significa
que todas las voces pertenecen al dominio de lo indistinto: hay voces que se
elevan por encima de este dominio; hay voces que encarnan cima y sima. Y hay
sujetas poéticas y sujetos poéticos que proyectan su voz a través de este gesto
magnífico, audaz y, por qué no decirlo, insensato de ser la última y la primera
en hablar, el último y el primero en hablar: ellas y ellos han pagado el
precio, que es muy alto, de llevar en sí esta condición. Una condición que
rechaza de plano todo forma de poder, que precisa de humildad y de modestia.
Si hablamos de resultados, en el
caso del último y el primero en hablar, no queda otra que seguir a nuestro
Eduardo Milán: el resultado es procesual, contradictorio, discontinuo. Y ello
es así porque el devenir poético de Maurizio Medo continúa abriéndose paso:
continúa avanzando en procura de generar las condiciones verbales de
constitución del sentido, sabiendo que nada nos asegura de antemano la
transparencia del sentido. Y claro estamos ante un devenir poético tan abierto
como desobediente.
Qué maravilla es, valga la
confesión, poder admirar a seres así, a seres como Maurizio Medo. En ellas y en
ellos brilla, a la par de la humildad y la modestia, una rara honestidad y un
espléndido no conformismo. Y también una tremenda obstinación para persistir en
la labor de darnos signos del estar, de nuestro estar.
Cuando oímos al último y el
primero en hablar vivimos una experiencia tanto de revelación como de
estremecimiento. Tal ha sido mi experiencia de lectura de Cuando el destino dejó de ser víspera.
XVII
En muchos sentidos, la poesía de
Medo nos permite recuperar el espíritu díscolo, desobediente, refractario,
rebelde, de la vanguardia poética latinoamericana. Recuperarlo, entiéndaseme
bien, para el aquí y el ahora, fuera de nostalgias pasatistas que no conducen a
ningún lado; recuperarlo como potencia creadora y transgresora. Tal
recuperación no va en desmedro de la diferencia que la voz de Medo encarna, al
contrario la cualifica y, por decirlo así, la afila.
Ahora bien, me parece necesario
destacar es que estamos ante un libro que es un ámbito: no estamos ante una
quincalla o un cajón de sastre. Un ámbito, atención, pero no un orden cerrado
en busca de no se sabe qué fantomática perfección.
La imperfección es la cima como bien señala Yves Bonnefoy. Eso lo sabe un poeta como Maurizio quien tiene
plena conciencia de tener detrás de sí toda una historia poética, esto es, una
memoria poética que funciona como un gran archivo dinámico. Medo puede
imprimirle una orientación diferencial a la palabra no tanto porque recuerde
sino porque memora, porque su hacer memoria es tan vivo como activo amén de
libérrimo.
Memorar, hacer memoria, entraña
convocar diversas presencias. Un poeta necesita, como decía René Char, aliados
y aliadas sustanciales que lo acompañen. Las necesita y los necesita, entre
otras cosas, para no desandar el camino, esto es, para exigirse al máximo.
Pensemos, por ejemplo, en la
tradición poética del Perú: Maurizio sabe lo que significa escribir después de
Eguren, Martín Adán, Vallejo, Moro, Wetsphalen, Eielson, Blanca Varela, Juan
Ramírez Ruiz, por sólo nombrar algunas grandes referencias peruanas, y saberlo
implica un enorme desafío, un tremendo nivel de exigencia, una decisión de no
quedarse a medio camino. La voz de Medo tiene una fuerza rupturista y
renovadora dentro de esta gran tradición poética, y, por eso mismo, ha sido
capaz de darle continuidad, de prolongarla aportándole un tono nuevo, un acento
diferente.
Igualmente, la poesía de Medo actúa
dentro del horizonte dialógico de la poesía de Nuestra América. Aquí vale la
pena indicar, y aquí retomo algo que insinué más arriba, la importancia de la
poderosa dinámica de apertura y exploración que desató una propuesta de lectura
tan polémica, tan necesariamente polémica, como Medusario. Medusario comenzaba por desmarcarse frontalmente de las
tentaciones y pretensiones antológicas: no era un libro concebido para impartir
justicia; era un libro, sí, para leer de otra manera, y de allí su carácter de
muestra y no de antología.
Medusario se nos
apareció afortunadamente en 1996 bajo el signo de la radicalidad: iba contra la
corriente con un espléndido coraje y vaya que derribó unas cuantas barreras,
moviéndonos el piso. Que sea una propuesta de lectura discutible, cuál no lo es,
ese es otro cantar; pero Medusario marcó
y creo que sigue marcando el devenir de nuestra expresión poética en sus líneas
de fuerza más interesantes e innovadoras. No creo exagerar que su huella ha
sido honda, fecunda.
Una poesía como la de Maurizio
Medo puede ubicarse en la futuridad, tan radical como diversa y fecunda, que
abrió Medusario. No se trata del
manido asunto de las influencias, no, es otra cosa que quiero decir así: este
libro modificó las condiciones existentes de comprensión de nuestra poesía. En
muchos sentidos, nos orientaba certeramente pero sin aleccionarnos.
XVIII
Voy a aprovechar una certera
observación de Enrique Foffani en su magnífico prólogo a La novela de la poesía de Tamara Kamenszain: en Cuando el destino dejó de ser víspera la
poesía de Maurizio va escribiendo y reescribiendo su propia novela familiar. Y
las mismas zonas oscuras que constituyen a toda novela familiar plantean la
necesidad, tal y como lo expresaba Felisberto Hernández, no sólo de escribir lo
que se conoce sino también, y más importante aún, lo otro. Lo otro, esto es, lo que se resiste
tenazmente a ser conocido y nombrado; lo otro es lo que no se deja definir y,
al mismo tiempo, nos sostiene; lo otro es lo que cuaja en la lejanía y en la
soledad. Dice Medo:
Y
callado, siempre callado, cerca, pero muy lejos de toda la familia, ya pensaba
cómo sería eso de tener que valérselas solo, solo contigo, soledad.
Como bien dice Didier Anzieu, la
invención de una novela familiar acompaña el curso entero de la existencia. Y
es una trama que en el proceso de su invención se va convirtiendo en un
acumulado de presencias y fantasmas. Una trama, y valga la reiteración, que nos
impide estar en paz con el lenguaje, y no es entonces extraño que una novela
familiar pueda elaborarse poéticamente.
En Medo, al igual que en
Kamenszain, la poesía va inventando procesualmente la novela familiar. Aquí
pienso yo se establecen un diálogo vivo y abierto entre estas dos grandes voces
de nuestra poesía: un diálogo que se alimenta tanto de las semejanzas como de
las diferencias que existen entre estos dos mundos poéticas, entre estas dos
novelas familiares.
Evidentemente, no se inventa una
novela familiar desde la nada: se inventa desde una realidad que es tan
personal como transpersonal, que tiene un irrenunciable sello biográfico pero
problematizado por la experiencia del afuera; que nos remite al niño o a la
niña que fuimos y a una determinada coloración afectiva que se gestó en la
infancia.
Medo carga con su propia novela
familiar a cuestas: una novela compleja porque se trata de un sujeto biográfico
y poético que tiene que habérselas con unos orígenes de una enorme diversidad,
unos orígenes que, en muchos sentidos, lo descentran. Bien puede decirse que en
Medo se proyecta procesualmente una variante del todo específica de ese
nomadismo de la identidad del que nos ha hablado con tanta lucidez Juan Carlos
Lértora en el caso de Diamela Eltitt.
Aquí
vale la reiteración: Maurizio Medo lleva en sí una aglomeración de identidades.
En Maurizio conviven un italiano, un croata, un yugoeslavo, un judío, un
peruano. Se trata, entonces, de darle voz a la novela familiar de un sujeto
transterrado. Alguien que tiene que lidiar, y de qué manera, con la extrañeza y
con la confusión. Por eso mismo, esta poesía libera, lo digo con Nelly Richard,
un imaginario tránsfuga y ello le da tanto movilidad como itinerancia al margen
que, libro a libro, ha ido forjando Medo.
Aquí es necesario acudir a Marthe
Robert cuando precisa que la novela familiar es un texto no escrito, que aunque compuesto sin palabras y privado de
todo público, no por ello tiene menos intensidad y auténtico sentido de
creación. Se trata, entonces, de un tremendo reto a encarar en poesía, pero
un reto que vale la pena.
Los enlaces compositivos de esta
novela familiar, y sigo con Foffani, de esta partitura que es Cuando el destino dejó de ser víspera tienen
una coherencia y una consistencia potentes. Tales enlaces compositivos son
umbrales que validan el espesor temporal y espacial del proceso poético de
Maurizio: un proceso inconcluso y, por eso mismo, un proceso del que hay mucho,
muchísimo que esperar.
XIX
Decía más arriba que este libro
es un ámbito. Un ámbito que articula musicalmente diez años del trabajo poético
de Maurizio Medo: cada libro se nos va apareciendo a la manera de un movimiento
musical. Y todos y cada uno de estos movimientos en su devenir tiene como
principio compositivo la disonancia.
Cómo no pensar en Lezama Lima
cuando hablaba de la confusa flora de mi
desarmonía. Pero por eso mismo hablaba de disonancia: Medo lidia con
obstinado rigor con su desarmonía, sabiéndola del todo irreductible, pero
logrando expresarla con intensidad, con acusada singularidad. Y es demasiado
evidente que a ello se llega tras una larga etapa de aprendizaje vital y
verbal. Medo, de hecho, reivindica plenamente el oficio de la poesía desde la
condición del eterno aprendiz.
Quiero decirlo a la manera del
Maestro Ludovico Silva: desde un punto de vista generacional este es un libro
de la mayor importancia para nosotras y nosotros. Es importante y nos importa
por su calidad específica y porque encarna un reto y un desafío para quienes
pertenecemos a la misma generación de Maurizio Medo. Medo ejemplifica
cabalmente aquella apuesta lezamiana que tiene plena vigencia: intentar siempre
lo más difícil. En ese intento ha perseverado y persevera y ante ello no cabe
sino la más franca admiración.
[1] Venezuela, 1965. Poeta y ensayista. En el terreno del
ensayo ha publicado: epílogo a la Antología poética de
Juan Sánchez Peláez publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México en
1995; prólogo a la Obra poética de
María Calcaño publicada por la Universidad del Zulia y la Sociedad Dramática de
Maracaibo en 1996. Poemas suyos aparecen en la Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI, el turno y la transición compilada por Julio
Ortega y publicada por Siglo XXI editores de México en 1997. También puede
mencionarse la sección sobre Literatura Venezolana de la Enciclopedia de Venezuela publicada
por la Editorial Océano en España (2000). En el año 2002 apareció una Antología Poética de
Víctor Valera Mora, selección y prólogo de Gonzalo Ramírez, publicada por el
Fondo Editorial Mario Briceño Iragorry del estado Trujillo. Tiene un libro de
poemas publicado: Ciudad Sitiada (2006) y a finales de 2012 aparecerá
en Bogotá Por Solimar. En los últimos años, ha realizado
diversos prólogos para el Fondo Editorial El Perro y la Rana y para Monte Ávila
Editores Latinoamericana. En distintas publicaciones, de Venezuela y de Nuestra
América, han aparecido poemas y ensayos suyos. A ello hay que sumarle su
frecuente participación como conferencista en Ferias del Libro, Congresos y
Foros tanto dentro de Venezuela como fuera de ella. Es director de la revista
de crítica cultural Día-Crítica editada
por el Fondo Editorial El Perro y La Rana.
[2] Valga el siguiente comentario que va a darle cuerpo
a este cuarto fragmento: son legión
quienes editan poesía de cualquier manera en el ámbito de nuestra lengua.
Editan sin una pizca de cuido, de amor. Pero afortunadamente hay grandes y
admirables excepciones como Ediciones
Liliputenses. En este preciso sentido, quiero resaltar la impresionante
calidad de esta edición. Todo el reconocimiento le es debido a José María
Cumbreño por la magnífica factura de Cuando
el destino dejó de ser víspera: así es como se edita poesía.
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