El postfacio que María Salgado ha escrito para la edición liliputiense de "Punctum"


Lo que parecía ser, lo que sin duda era, lo que empezó siendo
presentación de Punctum

María Salgado

¿Por qué ahora aquí y allá? ¿Por qué Punctum? Desde luego que el título voluntariamente pretencioso, como el autor ha señalado varias veces, no ofrece la clave de la cosa sino una de sus efectivas descolocaciones pragmáticas. La reciente reedición del poemario en Argentina por parte de Mansalva/Vox1 y esta primera edición en España de parte de la Biblioteca Gulliver, no pueden resultar sino exactas recolocaciones de la cosa en un contexto geopolítico tan particular como global. La cosa es, antes que nada, un libro con su lomo y con sus tapas que en su día se volvió inencontrable gracias al culto que le profesaban las pequeñas hordas de lectores argentinos de poesía. La cosa era tan necesaria a esos lectores que al escritor del texto que la cosa contenía o que contenía la cosa, según dicen, una vez le negaron un ejemplar expuesto en una librería. El libro, dicen, colgaba de una cuerda sujeto por una pinza. Había dejado de ser tal para convertirse en algo más, acaso una lectura generacional; desde luego que un bien común no privatizable por aquel astuto cliente que decía llamarse Martín Gambarotta para quedarse con el ejemplar único de Punctum expuesto en aquella librería. No estoy segura de si dicho aura podrá ser traducida “aquí” – aunque estemos viviendo un momento probablemente perfecto para el trasvase – pero para intentar la traslación me atrevo con este breve postfacio (no tan) paradójicamente introductorio.

Martín Gambarotta nació en 1968 en Argentina. Hijo de un militante montonero, se exilió con su familia de 1976 a 1983 en Inglaterra. En 1995, con el que era su primer libro, Gambarotta se ganó el premio del respetado Diario de Poesía. Y digo “se” porque hay algo de la polémica que siguió a la concesión que viene a descubrir la soledad de una operación de incursión-excursión en territorio hostil. Aquella misión-de-un-solo-hombre puede, no obstante, ser calificada de exitosa porque dejó sembrada la semilla de algo bien valioso: una conversación por fin relevante. Y digo “por fin” no por descartar otras conversaciones que estuvieran teniendo lugar en aquel momento, sino porque este texto venía a romper con el tabú de lo político que asolaba la triunfalista década menemista en particular y la década de los noventa en general, salvo tal vez en aquella aldea gala de la selva Lacandona que resistía al Imperio emitiendo señales de autonomía discursiva. Y digo “relevante” porque parece que el caso Punctum (premio, texto y polémica) hacía emerger una serie de temas, memorias, disputas y lenguajes que una cierta comunidad, en formación, consideró significativa en el momento2. Punctum probaba un punto imposible de nombrar antes de Punctum, así que a la vez que mostraba los negros de las letras impresas, dirigía la mirada hacia los blancos de todos los presentes pasados y presentes futuros que faltaban en la enumeración cotidiana de la vida pública argentina. Era, en primer lugar, una discusión con y una inclusión de la generación anterior, la militancia de extrema izquierda peronista que había entregado su juventud a una lucha armada borrada del mapa para 1995. En segundo lugar, Punctum venía a entintar sobre el papel las formas invisibles del sistema de trueque neoliberal, ese que intercambia el tiempo de vida por un cada vez más escaso simulacro de dinero, horas, días, noches y sensaciones relevantes; ese que troca todo lo entregado por todo lo perdido a razón de 1/99; ese que a mitad de los noventa bien podría haber silbado entre los anuncios publicitarios el leit-motiv impreso por Martín Gambarotta: “O no pasa nada o no se entiende lo que pasa”. Y es que llegado el punto de la paz social al punto, el trueque ideológico opera menos mediante represión y más mediante un sistema de frases que vacía cualquier mensaje de saber hasta que no se sabe ya o, peor, no se puede saber, no se puede hacer por saber de dónde viene cada qué, a qué, por qué, quién y bajo qué condiciones manufactura la intangible “No a la droga” mientras cose un punto final a la historia de un país donde poco antes había habido una dictadura militar. Ante tamaño estado de vacío verbal y pulsional, ante una narrativa blanda y débil, ante un no future de aburrimiento y un desasosegante no past; parece que Punctum compuso, muy oportunamente, sus palabras. La cosa consistía y consiste en refigurar (o dar a poder saber) las frases con que “el enemigo” reducía y reduce el posible mundo a una sola apariencia de existencia. “El enemigo tiene estilo robado de Canal 13” podría ser un buen ejemplo del trastorno problemático que Punctum plantea a la fraseología que le era y sigue siendo actual, por enhebrar los dos hilos, tema y rema, con que el trueque, desde su victoria total, viene ganando desierto al lugar en el que había una cultura conflictiva: la alienación y la pacificación.

Pero la cosa, el “lo” de Punctum, no consta sólo de una sorpresa política; también hay, o sobre todo hay, un “lo” idiomático que en el texto tira el nombre de “castellano punk” para definir bastante bien el feísmo seco de su paisaje verbal. Se trata de un sistema, o sea, un repertorio y su combinatoria, compuesto por pedazos de televisión, de radio, de “oído” puesto, como quería Ricardo Zelarayán, en las conversaciones de pizzería, de léxico de militancia 70's y de música punk y de historia política reelaborada para la ocasión (“toda sangre derramada viene de antemano negociada”), para obtener, al cabo, un aglomerado poroso de “lo” real y “lo” actual. En este búsqueda de hacer “lo” nuevo (make it new) eludiendo el prestigio de las formas y topos anteriores, cuando no usando sus materiales más derribados, Gambarotta confluyó con otros tantos proyectos de lengua que dieron en llamarse “poesía de los noventa”. Del manifiesto en el que Martín Prieto y Daniel Helder bocetaron en 1997 dicha poética3 se extraen tres grandes líneas descriptivas de un uso emparentado, todo hay que decir, con los mejores usos poéticos del siglo: a) la poesía se hace con palabras, cosa que ya no necesita ser demostrada más, sino jugada a todo riesgo, a riesgo de no parecer ya poesía b) del regimen anterior, del que sí parece más fácilmente poesía porque se hace de ideas y sentimientos y al que bien podríamos llamar más apropiadamente Lírica, aún quedan en los textos “remanentes históricos” como “el verso libre, la rima o el principio de compresión” c) persiste en los poetas argentinos la fascinación por la heterogeneidad de las lenguas y hablas plebeyas, lumpen, lunfardas, satíricas, callejeras, orales, coloquiales, ese etcétera variado y en collage al que le cabe todo lecto que circule por las ciudades y partes de ciudad hispanohablantes. Que una generación (o dos) de lectores y escritores construyera por allá una serie idiomática, temática, genealógica4, editorial y crítica más o menos autónoma y dueña de sus propios cultos y fetiches (como Punctum) nos habla, desde luego, de una escena muy interesante y, sobre todo, muy capaz de ofrecer conversación a otras series incipientes y/o divergentes como la que pueda hoy haber en ¿España?

¿Por qué Punctum aquí ahora, dieciséis años después? ¿Quién y cómo recibirá aquí la cosa esta vez en forma de cincuenta únicos ejemplares de la gran Biblioteca Gulliver? ¿Qué desear que pase cuando pase la lectura? ¿Se volverá inencontrable e invendible? ¿Se hará comprender su apuesta? ¿Se perderá su aura de porfin? ¿Alguien se escandalizará de que se nombre una guerrilla urbana en un poemario? La verdad es que hoy por aquí, tiempo de plazas, no debería soprender nada la necesidad de operar una serie de preguntas sobre la democracia de mercado y su cultura. “La cultura de tus caricaturas” que señala Gambarotta bien podría reflejarse en el espejo de la CT (Cultura de la Transición) que lleva años señalando Guillem Martínez en sus artículos y libros: un sistema de frases incapaz de invertir ni lo más mínimo el trueque ideológico del neoliberalismo, una máquina simbólica incapaz de construir ni un conflicto ni una conversación relevantes para quienes tenemos que emplearla a la hora de pensar. Hay una falta, política y lingüística, poética, a la que interrogar por estos pagos, pero tal vez la diferencia local resida, entre otras cosas, en cómo y con quién negociarían sus preguntas los textos españoles que se animaran a plantearla. ¿A qué juventud querrían incluir y con cuál querrían discutir el presente los textos más insatisfechos de lo que hay? Se me ocurre que sería una generación tan anterior que ya casi ha desaparecido; una que, por otro lado, fundó una cultura disidente menos nacional que la argentina... en cualquier caso, se trata de un proyecto de poética todavía por venir, poco explorado5.

La edición de Punctum trae, entonces, una buena oportunidad de intercambiarnos cosas relevantes, y sus problemas de traducción, de un lado a otro de los mapas. Este trasiego ya lleva años sucediendo y, sin embargo, no deja de sorprendernos y alegrarnos poder subir, colgar, descargar, imprimir y actualizar preguntas y lenguajes en un modo de compartición tan rápido como transformador. La oportunidad es lanzarse buenos textos afuera de las series nacionales porque, parafraseando una línea del manifiesto de los noventa ya citado, se hace español en muchas partes del mundo, incluso en la Península, en los Països Catalans, en Euskadi, en Galiza, in Spain y, quién lo iba a decir, hasta en España.


1Mansalva y Vox son dos editoriales de poesía argentina que se unieron en la empresa de reeditar este poemario y otros como Poesía Civil, de Sergio Raimondi. La primera es dirigida por el poeta Francisco Garamona. La segunda es dirigida por Gustavo López y es donde Gambarotta publicó sus dos siguientes poemarios: Seudo (2000) y Relapso+Angola (2005). No obstante en 2004 hubo una reedición de Punctum en la “puntiaguda” editorial Eloísa Cartonera, que lleva Washington Cucurto. Se trata de tres buenos ejemplos de la escena editorial de poesía argentina actual. Gambarotta también tiene editado en Chile un Refrito de sus textos (Santiago de Chile: Calabaza del Diablo, 2007).
2Pongo un ejemplo de esta relevancia vital de parte del poeta Santiago Llach: Como quien se acuerda de dónde estaba el día en que mataron a Kennedy o la mañana en que cayeron las Torres Gemelas, yo me acuerdo muy bien dónde y cuándo leí por primera vez algunos fragmentos de Punctum [...] Punctum era un texto nuevo, caliente, un texto que hablaba del presente, de mi presente. Había sido escrito por un chico nacido sólo cuatro años antes que yo, uno que estaba atravesado por coordenadas sociales y epocales similares a las mías, que había escrito, lo supe esa primera vez, un texto grandioso, que tenía un estilo, que había reinventado el género. Eso era la poesía, por fin (http://monolingua.blogspot.com/2011/09/contra-la-poesia-punctum.html) (el subrayado es mío)
3“Boceto Nº 2 para un... de la poesía argentina actual” en: http://www.elinterpretador.net/32DanielGarciaHelder-MartinPrieto-BocetoN2.html
4Sea lo que sea la “poesía de los noventa”, lo cierto es que buscó su linaje de lecturas como toda comunidad que se precie de una cierta colectividad; así: Joaquín Giannuzzi, Juana Bignozzi, Leónidas Lamborghini, Ricardo Zelarayán y Néstor Perlhonger, entre otros.
5El poemario de por aquí que más se me parece a Punctum, aunque difiera mucho, es Mercado Común, de Mercedes Cebrián (Barcelona: Caballo de Troya, 2006). En el libro de Cebrián el fraseo y el léxico visibilizan el lenguaje del aburrimiento y aislamiento del orden de Maastrich pero sin que en ningún momento emerjan cadáveres del pasado de entre las calefacciones de aeropuerto de la UE.

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