Cristián Gómez Olivares firma la decimotercera entrega liliputiense


 Imitación de Rafael de la Fuente (carta a Zé Molina)

O meu caro e querido maestre: soy más lento que una tortuga.
Extiéndeme ese plazo que se nos acaba
como la vida. Tenme paciencia.

Trabajo de día y de noche
pero no vivo en ninguno de los
dos, sino en ambos: deberíamos

nombrar la noche como lo hacemos
con el día. Yo las distingo de acuerdo
a los niveles de cansancio, a lo prosaico

que resulta plantarse con una coca frente
al televisor como si se tratara de un programa
de espectáculos que podría estar viendo en el cementerio,

los generales insisten en que la moral de la tropa
se mantiene intacta, pero en un video que circula
por internet se ve al Fuhrer golpeando la mesa

pidiendo explicaciones de esos rostros impasibles
que no saben explicarle a uno de nuestros padres
más violentos cómo terminamos en esto.

Tampoco saben, mi buen amigo, cómo comenzó.
No creo que tengamos la culpa, pero hicimos
todo lo que estuvo de nuestra parte

para que los manuales de enseñanza de lenguas
extranjeras demostraran su profunda inutilidad
delante de un auditorio de caras ansiosas

y ciertas ilusiones todavía en pie, después
de todo esos muchachos eran hijos de granjeros
y extranjeros rima con su lugar de origen,

la amenaza siempre ha provenido
de alguien que no sabe pronunciar
más de dos consonantes seguidas

pero habita el territorio de la displicencia
con la misma que exhiben sus habitantes.
Después de todo, es probable que en el

interrogatorio al que nos sometan
contemos un par de verdades
teñidas con el olor de las fritangas

y los huevos con longaniza
que nos vimos obligados a aceptar
cuando el presupuesto daba para volver

caminando como todo estudiante
de postgrado que se precie. He aquí
el comienzo de la leyenda, de esa

verdad que zurita se ha encargado de
difundir desde la cruz para que los hijos
de su padre nos salvemos, fue desde luego

obligatorio pagar nuestros créditos fiscales,
mentir a la hora de las postulaciones y
salir corriendo del guanaco, hubo

una época feliz en que todo tenía nombre
y algunos incluso teníamos lenguajes,
ahora sólo es cuestión de palabras

emitidas no importa el escenario:
el público siempre está presente
a la espera de arrebatarnos el micrófono.

Sólo por esto, tal vez, deberías tenerme
paciencia y darme un poco más de plazo.
Décadas, incluso, para que pueda terminar

esto que más bien parece una autobiografía
hecha con lo primero que se me cruce por
delante, hundido sobre esta silla

paso del área dramática a los canales
deportivos con tal de demostrar que la fricción
de las palabras puede sacar chispas del lugar

más inesperado, no hace falta abandonarse
en los brazos del siglo de oro y repetir
esos sonetos alejandrinos que pese a todo

seguimos admirando. Cualquier cosa
que se diga sobre mí es verdadera
y la verdad es que no me importa mucho:

sí, es una cita, mal y hecha de memoria
en vez de conjurar un par de cer(t)ezas
que tampoco creerían, pero un poeta

menor no puede darse el lujo de salir
a dar mandobles contra el aire sino
sabe que se trata simplemente

de verlo pasar como si pudiera
verlo, utilizar la fuerza de tu
enemigo para que termine

pagando por esa cerveza
que prometió hace años invitarte
cuando a diestra y siniestra te pedía

esos favores que no lo harían quedar
mal parado ante el tribunal de nuestros
pares que votarían por inercia a su favor,

un antiguo malentendido nos hizo
confundir esta pega con limpiarle las botas
a los soldados del regimiento para que los

soldados del regimiento cuando tuvieran
que asistir por las mañanas a inspección
lucieran sus uniformes impecables

al igual que su calzado: las artes adivinatorias
se reducen para algunos a estos ejercicios
de limpieza, a barrer las aceras de los cuarteles

mientras el imaginaria que está a punto de quedarse
dormido te pide por favor un cigarro que juramenta
devolverte como las cervezas que todavía estoy

esperando en esta mesa, mientras contemplo
a mi enemigo despotricar, la saliva repartida
entre el auditorio que se dispone desde ahora

a mandarse a cambiar, no sin antes crucificarlo
con la cuenta para que aprenda de una vez
de los ladrones que tiene a cada lado

y cuyos pecados a diferencia de los suyos
no salvarán a nadie salvo a ellos de la muerte.
La coca se me está acabando, pero no hay nada

que ver en los canales de la televisión chilena,
salvo a Pedro Páramo asegurando que la historia
lo absolverá. En el resto de los canales del mundo,

oh César: los que van a morir te saludan.
Tú que vives rodeado de poder
déjame dormir tranquilo

rodeado por estas palabras.
Otra cita mal hecha y de memoria:
tal y como corresponde.

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